Ciro Murayama Opinión
Viernes 30 de Abril, 2010
Viernes 30 de Abril, 2010
Lionel Messi, el número 10 del Barcelona Futbol Club, produce oportunidades de gol por encima del promedio de los jugadores de la élite mundial; además, genera goles por sí mismo en todas las competencias donde participa: casi siempre con la zurda, pero La Pulga también marca de cabeza —como hizo al Manchester United en Roma para ganar la Champions 2009— o incluso remata con el pecho —tal como rubricó el título del mundial de clubes ante Estudiantes de La Plata—.
Su creatividad se multiplica en la cancha y aun el esquema más cerrado y defensivo, el mejor ordenado, como el que con éxito aplicó Mourinho del Milan este miércoles al Barça, no evita la genialidad de Messi: en medio de cuatro o cinco defensores saca un tiro desde el borde del área a la base del poste derecho —que sólo un lance extremo del mejor portero brasileño del que se tenga memoria pudo desviar— o en ausencia de espacio inventa un pase de los llamados “medio gol” por encima de la defensa y con ventaja al delantero —que sólo la mala suerte del mal remate de Bojan dejó nada más en suspiro—.Messi, “Balón de Oro” 2010 que lo acredita como el mejor jugador en la actualidad, es, a diferencia de sus antecesores (Kaká y Cristiano Ronaldo, fichados a precios récord por el Real Madrid), un producto (casi) hecho en casa por el Barcelona. Surgió de la cantera del club catalán, la Masía, desde donde se abrió paso Josep Guardiola (su actual entrenador) para capitanear como futbolista la primera Copa de Campeones de Europa para el Barcelona, además de jugadores en activo como Xavi, Pujol, Iniesta, Piqué y Pedro con los que España aspira a ganar su primer campeonato del mundo en Sudáfrica 2010.
El éxito del Barcelona de las “seis copas” —Copa del Rey, Liga Española, Champions, Supercopa de Europa, Supercopa de España y Mundial de Clubes en un solo curso— se debe no a los desembolsos en grandes jugadores sino en la inversión en los propios.
Lionel Messi es la estrella mayor; nació en 1987 en Rosario, Argentina, y toda su carrera profesional ha transcurrido en España (al revés que Maradona, que de triunfar con la selección argentina llegó al Barcelona, Messi ganó su lugar en la albiceleste jugando para el club catalán). Messi renovó el año pasado con el Barcelona hasta 2016, y cada año cobra 10.5 millones de euros al club, el cual ha fijado una cláusula de rescisión de contrato por 250 millones de euros —suma que tendrían que desembolsar los jeques árabes del Manchester United para llevárselo—, además de que es una de las figuras publicitarias clave en España y Argentina.
Desde el punto de vista del Barcelona, Messi es una máquina de goles, una inversión rentable que desquita sus emolumentos.
Incluso se podría recordar a Adam Smith, el padre de la economía moderna, cuando escribió hace más de dos siglos (1776) en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones: “Cuando se construye una máquina muy costosa se espera que la operación, la actuación extraordinaria de la misma, hasta su total amortización, repondrá el capital invertido y procurará, por lo menos, el beneficio corriente.
Un hombre educado a costa de mucho trabajo y de mucho tiempo, en uno de aquellos oficios que requieren pericia y destreza extraordinarias, se puede comparar con una de esas máquinas costosas. La tarea que él aprende a ejecutar hay que esperar que le devuelva, por encima de los salarios usuales del trabajo ordinario, los gastos completos de su educación y, por lo menos, los beneficios correspondientes al capital de esa cuantía”.
El Barcelona va por esas inversiones hiperrentables, por más jugadores como Messi. El club ya tiene en Buenos Aires su propia cantera donde viven 49 niños y acuden cada día 150 externos; a ninguno le cobra, a ninguno le paga (El País, 26/04/2010).
Por supuesto, la inversión tiene riesgo, hay centenas de jugadores que nunca brillarán en una competencia profesional, es necesario que el club tenga paciencia y un buen equipo de “ojeadores” en las ligas infantiles, pero siempre habrá una sobreoferta nueva de miles de niños soñando con ser Messi… y de padres de los niños aspirando a que su vástago sea un golpe de fortuna.De hecho, esa es la historia de Messi: en octubre de 2000, cuando el niño tenía 13 años su padre lo llevó a Barcelona y presionó al club para que le firmara un contrato; antes, en Lionel se había fijado un cazatalentos, Juan Lacueva, quien incluso suministró al chico hormona de crecimiento.
El primer contrato del jugador en el 2000 aseguró a su padre siete millones de pesetas (unos 42 mil euros al año) como empleado del club (El País, 13/04/2010).
El mercadeo de futbolistas menores de edad ha propiciado intentos de regulación. Por ejemplo, el reglamento sobre el estatuto y transferencia de jugadores, de la FIFA, establece que los menores de 18 años no podrán firmar contratos por más de tres años y que no se permitirán transferencias internacionales de jugadores menores de edad (salvo que los padres cambien de país por causas ajenas al futbol, que se trate de movimientos dentro de la Unión Europea o cuando el jugador viva a un máximo de 50 kilómetros de la frontera y se desplace a un equipo en la frontera de un país contiguo).
La norma no aplica, claro, cuando se compran los derechos de un niño o adolescente que no es jugador profesional, tal como se hizo con Messi; como se puede seguir haciendo en la Masía argentina, o como ocurrió con Giovanni y Jonathan Dos Santos, cuyo padre, el ex necaxista Ziziño, los ofreció al Barça siendo niños talento, pero niños al fin.
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